"Quien se pronuncia por el camino reformista en lugar de y en oposición a la conquista del poder político y a la revolución social no elige en realidad un camino más tranquilo, seguro y lento hacia el mismo objetivo, sino un objetivo diferente: en lugar de la implantación de una nueva sociedad, elige unas modificaciones insustanciales de la antigua." Rosa Luxemburgo

viernes, 29 de octubre de 2010

Grecia 2010, Argentina 2001

por Claudio Katz

         La convulsión que sufre Grecia se parece mucho a lo vivido en Argentina durante el 2001, cuando el incremento de la deuda devastó a la economía sudamericana. Una parte de ese pasivo subió por el cómputo de deudas inexistentes que financiaban la fuga de capitales. Otra porción creció con la espiral de intereses y refinanciaciones y otro segmento surgió por la absorción estatal de los quebrantos privados.
Las presiones de pago de esta deuda odiosa forzaron la reorganización neoliberal de la economía que impuso el FMI, a través de las privatizaciones, la apertura comercial y la flexibilización laboral.

Argentina perdió soberanía económica con un sistema de convertibilidad con el dólar que le impedía manejar la moneda y el crédito. Se remataron todos los bienes rentables del estado (petróleo, puertos, trenes, teléfonos) y la industria nacional quedó drásticamente reducida por una oleada de importaciones que fundió a las pequeñas empresas.
Se extendió el desempleo, creció la pobreza y apareció la indigencia. La clase media se achicó y la desigualdad social alcanzó niveles desconocidos. Por primera vez en la historia del país irrumpió el hambre y se vio a muchos chicos revolviendo la basura para alimentarse.
El Fondo Monetario designaba a los ministros y manejaba a los diputados. Los partidos tradicionales se hicieron neoliberales y el presidente Menen intentó transformarse en una especie de Thatcher del Tercer Mundo.

ANALOGIAS Y DIFERENCIAS

Los parecidos con la actual situación de Grecia saltan a la vista. En los dos países la deuda se gestó con evasión fiscal y contabilidades engañosas, para financiar la introducción de un modelo neoliberal. Este esquema desemboca en una imposibilidad de pago, que conduce al default explícito o encubierto de la deuda.
Hace una década el FMI realizaba inspecciones periódicas al Cono Sur para monitorear la económica. Los sucesivos préstamos a tasas usurarias -que se presentaban como la salvación de Argentina- constituían en los hechos un socorro para los bancos acreedores. Se exigía el congelamiento de los salarios, el aumento de los impuestos indirectos y la privatización de las jubilaciones. Con el recorte del gasto social se recreaba un círculo vicioso de menor recaudación impositiva y mayor recesión.
Los mismos funcionarios del FMI que ahora escriben el memorándum de Grecia manejaban el ministerio de economía de Argentina. Las ganancias financieras que actualmente se obtienen especulando con la deuda griega se lograban comprando y vendiendo bonos argentinos. El espectáculo político de un Parlamento sesionando en forma urgente para aprobar ajuste se veía en Argentina.
La prensa mundial maltrataba a la población con las mismas calificaciones que ahora recibe el pueblo griego. Los periódicos disimulaban el parasitismo de los financistas, pero identificaban a los argentinos con la haraganería, la irresponsabilidad y la corrupción. En vez repudiar estas calumnias, los gobiernos vecinos de Sudamérica buscaban diferenciarse de un país crucificado por el FMI. Esta misma actitud adopta en la actualidad el gobierno portugués o español frente a Grecia.
El Fondo chantajeaba a la Argentina con un dilema muy semejante al impuesto a Grecia en torno al euro. Se exigía optar entre dos catástrofes: el ajuste deflacionario para seguir con la convertibilidad o el ajuste inflacionario con devaluación para salir de ese modelo. Nunca hablaban de la tercera opción surgida de la suspensión del pago de la deuda y el aumento de los impuestos a los grandes capitalistas.
Junto a estas semejanzas existen también ciertas diferencias entre las dos situaciones. Mientras que en Argentina el estallido se preparó a lo largo de cuatro años, en Grecia ya hubo fuerte ajuste y recesión en el primer año. Las cifras de la deuda, el déficit y las refinanciaciones son muy superiores en este segundo caso. Algunos analistas han calculado que los recortes exigidos a Grecia son 16 veces mayores a los intentados en Argentina.
Mientras que los acreedores del país sudamericano estaban repartidos entre un número importante de bonistas, los tenedores de títulos griegos están concentrados en pocos bancos europeos. Por eso el plan de rescate es mucho mayor y el FMI actúa en estrecha asociación con el Banco Central Europeo. Hace 10 años la especulación contra la moneda argentina tenía efectos marginales sobre la economía mundial. En cambio el temblor de la economía griega impacta directamente sobre un pilar sistema monetario internacional. Mientras que la crisis argentina deterioraba un proyecto regional relativamente secundario (como es el MERCOSUR), la crisis griega pone en duda el futuro de la Unión Europea, que ha sido un objetivo capitalista de gran alcance.
El contexto económico internacional es también diferente. El estallido argentino del 2001 fue sucedido por cinco años de crecimiento y la recesión irrumpe en Grecia en un momento de quiebra financiera, que afecta en forma muy severa a Europa. La inserción internacional de la economía sudamericana como gran exportadora de alimentos difiere del lugar más condicionado que Grecia, en actividades centradas en servicios, turismo y transporte marítimo.

LECCIONES DE ARGENTINA

Es sabido que el colapso argentino se produjo cuando arribó al gobierno un presidente (De la Rúa), que habló de cambios y mantuvo la misma política neoliberal. Para pagar la deuda forzó una continuidad de la convertibilidad, que desató la fuga de los capitales y el desmoronamiento de los bancos. El intento de frenar este desplome expropiando los depósitos de la clase media, precipitó el fin de la moneda dolarizada y una devaluación con gran inflación que aceleró el default.
Pero lo más importante fue la reacción popular. Esa acción transformó por completo el curso de los acontecimientos. En un país con gran tradición de luchas sociales se registró una rebelión masiva de alcance inédito. Durante semanas los piquetes cortaron las rutas y las huelgas paralizaron las ciudades. En las calles se forjó una gran alianza social de los desocupados con la clase media, que bajo un grito común (“que se vayan todos”) impusieron el derrocamiento del gobierno. A partir de ese momento ya no se pudo ignorar la voz del pueblo. Este levantamiento condicionó todos los procesos posteriores del país.
De lo ocurrido en Argentina pueden extraerse tres grandes lecciones. En primer lugar, la preeminencia de luchas generalizadas y continuas permitió limitar el efecto del ajuste. Gracias a estas movilizaciones se pudo revertir a lo largo de la última década gran parte del deterioro salarial impuesto por la crisis. El gobierno otorgó importantes concesiones, el empleo mejoró, la pobreza bajó y los derechos democráticos se ampliaron en forma significativa. En segundo lugar, el default no fue voluntario, organizado, ni previsto, pero resultó conveniente para el país. Los financistas decían que el aislamiento sería trágico, pero ocurrió todo lo contrario. El corte de las relaciones financieras internacionales permitió un gran alivio económico. Especialmente la ausencia de pagos externos contribuyó a impulsar la reactivación interna.
El default facilitó la negociación con los acreedores, confirmando que cuándo una deuda es elevada el problema lo tienen los banqueros. La desconexión internacional le brindó además protección a la economía argentina, frente a la crisis global del 2008. Nadie pudo especular contra los títulos o la moneda de un país desgajado de la estructura financiera global.
En tercer lugar son muy visibles los límites de la experiencia argentina. El país padeció en forma innecesaria una situación de colapso productivo por la forma que presentó la cesación de pagos. Esta medida no premeditada, sino que irrumpió por las presiones del mercado. Lo mismo ocurrió con los terribles efectos inflacionarios de la devaluación, que emergió por la ausencia de control de cambios, por la tolerancia a la fuga de capitales y por la renuncia a nacionalizar el sistema bancario. Se corroboró que la carencia de estas acciones crea una situación caótica en torno al default.
Argentina no aprovechó tampoco la cesación de pagos para investigar y repudiar la deuda odiosa. Se optó por el camino intermedio de un canje de títulos viejos por nuevos bonos de la deuda. En vez romper con el FMI se pagó en forma anticipada todos los compromisos con ese organismo. La actual tensión con esa institución, coexiste con la intención de reingresar a la órbita del Fondo.
La deuda pública se redujo, pero los pagos siguen siendo superiores al dinero destinado a la salud o la educación y ha comenzado una nociva búsqueda de créditos externos, cuándo el país podría auto-financiarse con ahorro nacional. El default tampoco fue utilizado para introducir políticas populares de ruptura radical con el neoliberalismo. Se implantó un modelo menos financiero y más industrialista, que favorece principalmente a la clase capitalista local. Pero quedó demostrado que no hay ninguna necesidad de obedecer al Fondo Monetario y que se puede rechazar la política ortodoxa de ajuste. Con soluciones más radicales, los resultados en materia de empleo y salario serían mucho más favorables para el pueblo.

COMPARACIONES REGIONALES

Estas conclusiones pueden extenderse a todos los países de la periferia europea, que sufren la misma situación padecida por América Latina en años 80 y 90. Ambas regiones periféricas receptan las crisis del capitalismo en forma más aguda.
La deuda se forjó en las dos zonas con mecanismos muy parecidos. Hubo excedente de liquidez en los centros y conveniencia de colocarlos en las economías dependientes, para asegurar mercados de exportación a las firmas metropolitanas. América Latina recibió los capitales sobrantes de los bancos norteamericanos y compró productos de empresas estadounidenses. Europa de Sur fue integrada a la Unión continental, para convertirse en cliente cautivo de las compañías alemanas o francesas.
También en la crisis se aplican mecanismos de ajuste semejantes. Los estados se hacen cargo de la insolvencia de los grandes deudores privados y los pueblos sufren las consecuencias, para que sobrevivan los acreedores. Se obliga a los pequeños países como Islandia a pagar el mismo tributo a los bancos extranjeros que en Sudamérica soportaron Uruguay, Bolivia o Ecuador. La cirugía que aplicó el FMI a Venezuela o Perú, ahora es impuesta a las vulnerables economías de Portugal o Irlanda
En toda Europa se repite, además, la misma carrera que en América Latina libraron los gobiernos conservadores y socialdemócratas, para ver quién destruye más rápido las conquistas sociales.
En el Nuevo Continente se padecieron varios años de alta inflación, mientras que en Europa se aplica un recorte deflacionario más brusco. Estados Unidos dirigía la reestructuración de las economías de la región con cierta distancia imperial. Pero Alemania y Francia tienen menos legitimidad para imponer la misma política, desde el momento que comparen un proceso de integración con las naciones afectadas por el ajuste.
Como América Latina ya sufrió cirugías de bancos, depuraciones de empresas y desvalorizaciones de la fuerza de trabajo, afronta una coyuntura más aliviada. Por el contrario Europa ha quedado situada en el centro de la tormenta financiera global.
Estas diferencias en la localización actual de la crisis obedecen también al rol que juega América Latina, como proveedora mundial de materias primas. Los precios de estos insumos se han mantenido altos por la continuada demanda china. En lugar de seguir el camino de la industrialización asiática, la región exporta minerales, alimentos y energía e incrementa su vulnerabilidad. Pero en la coyuntura goza de un alivio que Europa del Sur no tiene.

RESISTENCIAS Y PROGRAMAS

Con distintos ritmos y coyunturas las dos regiones periféricas enfrentan al mismo enemigo del FMI. Hace un año se decía que Fondo estaba desprestigiado, que ya no tendría un rol central y que sería reformado para aplicar políticas más tolerables. Pero ha ocurrido lo contrario. El Grupo de los 20 reconstituyó a ese organismo y ahora vuelve a reinar el FMI de siempre, con los ajustes de siempre.
En esta acción los financistas externos actúan en alianza con las clases dominantes locales, como lo demuestra la participación de los gobiernos de México, Brasil y Argentina en el G 20. En vez de promover el reemplazo del FMI por un nuevo sistema financiero mundial, buscan mayor representación en el directorio del Fondo y se ilusionan con una reforma dentro de esa institución. La continuidad de las políticas de ajuste se verifica especialmente en México y Centroamérica, dónde Estados Unidos continúa imponiendo tratados de libre comercio y políticas de militarización.
Los principales focos de resistencia se ubican en Sudamérica y los atropellos neoliberales han sido frenados en Bolivia, Ecuador y Venezuela. No solo fueron derrotados varios golpes de estado, sino que surgieron gobiernos reformistas -en conflictos con las clases dominantes- que movilizan a las masas y proponen cierta redistribución del ingreso.
Las experiencias latinoamericanas son importantes para el movimiento social europeo por las propuestas que incorporaron a la agenda de resistencia al FMI. En el Nuevo Mundo se discutió mucho cómo suspender los pagos de la deuda y en varios países hubo moratorias. Cómo estas medidas fueron transitorias, no lograron gestar una alternativa.
También se consideró en varias oportunidades la investigación de la deuda y en Ecuador funcionó una Comisión de Auditoría, que esclareció el carácter ilegítimo de muchos aspectos del pasivo. Esta clarificación no tuvo, sin embargo, traducción directa en la renegociación de los contratos. En la región se ha evaluado, además, la necesidad de nacionalizar los bancos y en Venezuela se concertaron ciertas experiencias de este tipo. Pero el pago de indemnizaciones abre fuertes incógnitas sobre el resultado final de esos traspasos.
En los picos de la crisis también se analizó la posibilidad de formar un “Club de Deudores”, para coordinar acciones comunes frente a los acreedores y su representante del FMI. Esta iniciativa finalmente no prosperó y cada país continuó negociando por su propia cuenta.
De este cúmulo de propuestas emergieron otros resultados. Los primeros pasos para crear un Banco del Sur constituyen un ejemplo de estos efectos. La iniciativa es resistida por la burguesía brasileña, que no quiere compartir su primacía financiera en la zona. Pero el proyecto se mantiene en cartera y permitiría facilitar la formación de un fondo de estabilización financiera y una eventual moneda de la zona. Todas estas ideas vuelven a cobrar actualidad con la crisis de la deuda en Europa y pueden resultar decisivas para Grecia.

PROYECTO ANTICAPITALISTA

El problema de la deuda presenta en la actualidad una dimensión mundial. Afecta por primera vez en forma significativa a las economías desarrolladas, puesto que el rescate de los bancos ha elevado la deuda pública estadounidense a niveles altísimos. También el endeudamiento público de Japón está llegando a un punto inmanejable y el déficit fiscal de las principales potencias europeas supera el desbalance de muchas economías del Tercer Mundo.
En los países centrales culpan a los pobres, olvidando que tomar hipotecas y endeudarse fue el único recurso que encontraron los trabajadores para sobrevivir. El socorro a los bancos que se está consumando en esas economías es doblemente escandaloso, puesto que esas entidades provocaron una contaminación internacional de bonos tóxicos.
El carácter global del endeudamiento expresa la dimensión igualmente mundial de la crisis actual. La deuda atormenta a distintos países, a medida que la conmoción se desplaza de una región tras otra.
Por esta razón la batalla inmediata contra el neoliberalismo es una lucha por erradicar al capitalismo y avanzar hacia el socialismo. Ciertos signos alentadores de esta perspectiva comienzan a aparecer en Sudamérica. En Bolivia se organizó recientemente una Cumbre Climática Internacional para denunciar el carácter capitalista de los desequilibrios ecológicos padecidos por el planeta. En Venezuela se multiplican las discusiones sobre la forma de construir un socialismo del siglo XXI desde abajo, con formas de control obrero y social en las fábricas y ciudades. En Cuba se debate cómo renovar el socialismo con mayor democracia y sin perder lo conquistado.
La creación del ALBA (Alianza Bolivariana para las Américas) podría contribuir a estos objetivos, en la medida que promueva modelos de cooperación y solidaridad antiimperialista. Pero el gran desafío es superar el regionalismo y recuperar el internacionalismo. Lograr una coordinación anticapitalista de Europa y América Latina para compartir luchas y experiencias es el gran desafío del momento.

Ponencia expuesta en: Athens Conference against the IMF- E.U Memorandum, 16-10-10.