por Esther Vivas,
Intempestivo e inesperado. Así fue la emergencia
de este movimiento de la indignación colectiva en el Estado español. Si
el 14M nos hubiesen dicho que al día siguiente miles de personas
saldrían a la calle y que en las semanas sucesivas se ocuparían plazas,
se organizarían asambleas, se desafiaría al poder con actos de
desobediencia civil masivos permaneciendo en las plazas... no lo
hubiésemos imaginado. Pero así fue. La gente, dos años y medio después
del estallido de la “gran crisis”, dijo “Ya basta”.
Y en la periferia de Europa, y emulando las revueltas populares en el
mundo árabe, al calor de la Kasba y de Tahrir, la gente recuperó,
reocupó, el espacio público. La Primavera Árabe nos devolvió la
confianza en el “nosotr@s” y en la capacidad colectiva para cambiar el
actual orden de cosas. Y mirando, también, a Islandia y a Grecia, el 15M
rompió con el escepticismo, la resignación y la apatía imperante. Pero
un año después de su eclosión, ソqué queda de todo ello? ¿Qué se ha
conseguido? ¿Qué retos y perspectivas enfrenta?
El movimiento de la indignación colectiva ha calado fuerte. Más allá
de las miles de personas que ocuparon las plazas, participaron en
asambleas, se manifestaron en la calle..., muchas otras, desde sus
casas, se sintieron “representadas” por esta marea indignada. Y es que
con un 23% de paro, 175 desahucios diarios y uno de cada cinco hogares
viviendo por debajo del umbral de la pobreza como no indignarse,
rebelarse y desobedecer.
El 15M ha sido capaz de trascender el núcleo activista de la
protesta, sumar a una nueva generación militante y hacer levantar a
muchos otros de sus cómodos sofás. Son éstos, jóvenes, ecologistas,
mujeres, abuel@s..., los que han configurado el “pueblo” de Sol,
Catalunya. Un año después del 15M vemos cómo el poder económico y
político ha quedado socialmente sentenciado como responsable de la
actual crisis, poniéndose de manifiesto los vínculos estrechos y la
connivencia entre ambos. Se ha desenmascarado una democracia de baja
intensidad, y su secuestro por parte del poder financiero, donde quienes
gobiernan no están al servicio del 99% sino del 1%. Se ha conseguido
modificar el imaginario colectivo y el paisaje de fondo. La crisis ha
significado un terremoto social, político y económico, pero la
emergencia del 15M lo ha sido, también, en sentido inverso, generando un
proceso de repolitización de la sociedad.
La crisis profunda y la emergencia del movimiento ha permitido
“pensar en grande” y “actuar en grande”. Hoy ya no sólo se exige la
reforma del sistema bancario sino que se defiende la expropiación y la
nacionalización de la banca y el “no pago” de una deuda injusta,
ilegítima e ilegal. El repertorio de acción se ha ampliado y
radicalizado, ya no es suficiente con manifestarse y salir a la calle,
ahora se ocupan plazas, se corta el tráfico, se paran desahucios... La
crisis pone de manifiesto como, a menudo, lo ilegal es legítimo y lo
ilegítimo es, precisamente, aquello que es legal. Ocupar casas o bancos
puede estar penado, mientras que desahuciar a familias o estafar con las
preferentes es perfectamente legal. Frente tan injusta realidad, ¿por
qué no desobedecer o apoyar a quienes lo hacen? Ésta es una de las
grandes victorias del 15M: normalizar estas formas de lucha y hacerlas
socialmente aceptables.
Y, ¿qué retos y perspectivas se enfrentan? Cambiar el mundo de base
no es una tarea ni fácil ni inmediata, por eso, como bien señalaba el
filósofo Daniel Bensaïd, es necesario armarse de “una lenta
impaciencia”. Hay que reconstruir otra correlación de fuerzas entre
quienes ostentan el poder y la gran mayoría de la sociedad y esto
requiere de un largo camino, no siempre lineal ni previsible. Y el 15M
es tan sólo el prólogo de este ciclo de luchas que ha empezado. Al mismo
tiempo, conseguir victorias concretas es extremadamente difícil, más
allá de algunos logros defensivos. A pesar de que la indignación y el
malestar social van a más, las políticas de recortes se intensifican.
Luchar contra la estigmatización, la criminalización y la represión
es otra de las tareas fundamentales en el próximo período. La erosión
del Estado de derecho va acompañada de la emergencia del Estado de
excepción. Así lo hemos visto. A menor Estado social, mayor Estado
policial. Se comienza por estigmatizar a quienes se movilizan
tachándolos de “perroflautas”, se pasa a su criminalización diciendo que
son “violentos antisistema”, hasta su represión mediante detenciones
preventivas, páginas web delatoras, etc. Se trata de crear “un enemigo”,
para justificar su represión. La política del miedo, de la
intimidación, es la otra cara de la política de los recortes. Pero la
masividad de la protesta es el mejor antídoto contra dichas medidas.
¿Cómo estigmatizar a los abuelos de un municipio que ocupan un
ambulatorio contra su cierre?, ¿Cómo reprimir duramente a quienes se
defiende con libros y manos?... se puede hacer, y se hace, pero no sin
pagar un coste alto en la opinión pública. Hasta ahora la represión ha
sido un bumerán que se ha vuelto en contra del poder.
A menudo se ha dicho que con el 15M “se ha perdido el miedo”, pero el
“miedo” continúa estando muy presente en el lugar de trabajo, donde el
capital domina sin apenas sacudidas. La sumisión de las direcciones de
los sindicatos mayoritarios frente al gobierno y la patronal pesa como
una losa en el conjunto de los movimientos sociales. Es necesario un
sindicalismo combativo, que tenga su eje de gravedad no en las
negociaciones por arriba sino en la lucha por abajo y que defienda una
cultura de la movilización y la solidaridad.
Y si el movimiento plantea un cambio radical de paradigma no puede
olvidar otros aspectos fundamentales de la crisis, más allá los
económicos y la lucha contra los recortes, la deuda y las
privatizaciones. La vertiente ecológica y climática de la crisis es un
elemento central. No es posible pensar “otro mundo” sin combatir la
lógica productivista de un sistema que no tiene en cuenta los límites de
la tierra. Crisis económica y ecológica están íntimamente entrelazadas.
Como tampoco es posible una alternativa que no busque acabar con un
sistema patriarcal que invisibiliza, supedita y no reconoce el trabajo
de las mujeres. Sin ir más lejos, la crisis económica actual tiene,
claramente, rostro femenino.
La coordinación internacional es otro de los grandes retos a
profundizar. A pesar de que el movimiento ha contado con jornadas de
movilización global exitosas, como la del pasado 15 de octubre de 2011 y
ahora las del 12M y el 15M, su coordinación es aún débil. El
capitalismo es global y, consecuentemente, las resistencias al mismo
tienen que ser globales, internacionalistas y solidarias. De la plaza a
la indignación mundial hay un camino de ida y vuelta por el que se
tendrá que transitar cada vez más.
Mirando un año atrás, pocos hubieran previsto la magnitud de los
recortes (llegándose a modificar la Constitución para poner techo al
déficit público) o de la represión (amenazando con la reforma del Código
Penal para penar severamente las acciones directas no violentas), pero
tampoco hubiésemos imaginado esta marea indignada que ha sacudido con
fuerza el panorama político y social. En tiempos convulsos son falsas
las certezas y sólo tenemos una: quienes ostentan el poder no
renunciarán sin más a sus privilegios. No sabemos el resultado de este
“combate” entre los “de arriba” y los “de abajo”, pero si no luchamos la
partida está perdida de antemano.
Esther Vivas es coautora, junto a Josep Maria Antentas, de “Planeta indignado. Ocupando el futuro” (Sequitur).
Público.es, 11/05/2012.
Público.es, 11/05/2012.