por Carlos Javier Bugallo Salomon,
A lo largo del período 1800-2008, las economías
avanzadas han conocido una sucesión constante de crisis bancarias; sólo en el
período que transcurre desde la Segunda Guerra Mundial en adelante, en todo el mundo
se han registrado unas 138.[1]
Hay dos
clases de crisis bancarias: el estrés financiero (moderada) y la sistémica
(grave). En el caso del estrés financiero, la insolvencia del banco sólo afecta
al capital de los accionistas, que se evapora tras la quiebra. Pero en el caso
de las crisis sistémicas, los efectos adversos sobre otros agentes económicos
pueden ser muy graves –que los especialistas denominan ‘economías externas
negativas’-, afectando a la marcha general de la economía.[2]
Sin embargo,
no hay una definición objetiva aceptada de cuando un problema en el sector
bancario se convierte en sistémico. Esta incertidumbre y la posibilidad de
contagio a otros bancos –por las nutridas relaciones que existen entre ellos-,
sugiere que un problema puede tener implicaciones sistémicas, incluso si sólo
una pequeña porción de los activos del sistema bancario se han deteriorado.[3]
La más
importante crisis sistémica ocurrió durante la Gran Depresión de los años 30
del siglo pasado, que dejó tras de sí una larga estela de quiebras bancarias, y
que obligó a los gobiernos a la nacionalización de buena parte de estos bancos.
Empero, se consideró que esta medida debía tener un carácter transitorio, y
cuando se pudo se procedió a la privatización de los bancos.
Algo semejante
está ocurriendo en la presente crisis financiera: las nacionalizaciones
comenzaron en los EE.UU. y Gran Bretaña (que curiosamente son los focos del
conservadurismo político contemporáneo) y se extendieron a otros países
desarrollados... como en España, donde cinco bancos (Novagalicia,
CatalunyaCaixa, Banco de Valencia y Bankia) esperan ser pronto privatizados y
otro (Unnim), ya
ha sido subastado.
Empero,
existen poderosos argumentos para defender el carácter público del sistema
bancario, y que rara vez aparecen en los medios de comunicación convencionales.
Por ello, creemos oportuno difundirlos para una mejor información de la
ciudadanía.
Primero. Las
medidas externas de control y regulación del sistema bancario son, según el
historiador de las finanzas Charles Kindleberger, ineficaces, pues tanto los
bancos como las agencias reguladoras las ignoran en la práctica. Además, según
este mismo historiador, hacer que estas medidas fuesen más estrictas no
ayudaría mucho: la mala gestión de los bancos es difícil de detectar, y cuando
incurren en fraude aún más.[4]
Al final, se
termina por recurrir al ‘rescate bancario’ con dinero público, solución que
plantea los siguientes problemas:
·
Los costes fiscales para el Estado de las crisis
bancarias sistémicas pueden ser sustanciales: una muestra de 37 países en el
período 1970-2007, arrojó un resultado medio de aproximadamente el 13.3 % del
PIB de los países afectados.[5]
·
La recapitalización de los bancos puede no ser
suficiente si estos tienen mucho invertido en ‘activos tóxicos’, es decir
activos muy depreciados –como sucede en todo ‘crac’ posterior al estallido de
una burbuja especulativa. Para enjugar sus pérdidas, los bancos se verán
obligados a vender activos, con lo que los precios de los mismos caerán aún
más, lo cual aumentará las necesidades de capital de los bancos; y vuelta a
empezar. Para que las ayudas a los bancos no sea tirar dinero a un pozo sin
fondo, el economista Paul De Grauwe sostiene que es necesario que los gobiernos
ayuden a mantener el precio de estos activos, mediante compras masivas.[6]
Naturalmente, ello aumentaría el coste fiscal de los rescates bancarios.
·
Los rescates bancarios pueden tener un coste
añadido para los Estados, consistente en un aumento del prima de riesgo de su
deuda soberana, ya que los inversores juzgan que el rescate socava la capacidad
de un gobierno para hacer frente al reembolso de su deuda; esto, a su vez, hace
más profunda la crisis bancaria, al depreciar los bonos estatales en el activo
de los bancos. Así, el rescate bancario puede estabilizar el sector financiero
pero constituir una ‘victoria pírrica’ para los contribuyentes.[7]
·
Estas ayudas públicas plantean el problema que
en economía se conoce como ‘riesgo moral’, es decir que si los bancos saben que
van a ser rescatados, asumirán más riesgos de los necesarios, lo que puede dar
lugar a ulteriores crisis bancarias.[8]
·
Finalmente, los políticos en el gobierno pueden
rescatar bancos cuya quiebra no entraña
riesgos sistémicos, por puro interés personal: porque no quieren quedar mal
ante la ciudadanía, o porque aceptan presiones de banqueros poderosos con el
fin de optar a mejores trabajos en el sector privado. Ello redunda en
detrimento de los contribuyentes y es un claro caso de corrupción política, que
se ha dado incluso en países desarrollados como Estados Unidos.[9]
Segundo. Si
hay que rescatar a la banca con ayudas públicas para recapitalizarla, lo lógico
es que el contribuyente acceda, en contraprestación, a un derecho de control
sobre la empresa bancaria. Se trataría de actualizar aquel viejo principio que
dio a luz a la democracia liberal moderna: “No taxation without
representation” (No a los impuestos sin representación).
Tercero.
Podemos recordar las opiniones de Lord Keynes, posiblemente el economista más
influyente del siglo pasado. En efecto, este autor sostuvo la conveniencia de:
1) dirigir la política de inversiones “sobre la base de consideraciones de
largo alcance y en vista del interés social general”; y 2) exonerar al
capital productivo del pago del interés bancario –pues sólo por el hecho de
poseer el dinero, el capital financiero, sin añadir ningún valor a la
producción, es capaz de exigir el cobro de este interés, lo mismo que los
poseedores de la tierra hacen con la renta agraria-; dicho de otro modo, se
trata de promover “la eutanasia del rentier”.[10]
Ambos objetivos se verían claramente satisfechos si se concibiera el crédito
como un bien público y se nacionalizase la banca.
Pero la
triste coyuntura económica actual, dominada por el huracán de la crisis
económica, y que origina contradicciones sociales flagrantes -como el hecho de
que el sistema bancario, que con una mano recibe grandes sumas de dinero del
Estado para su saneamiento, con la otra desahucia a miles de familias-, nos
proporciona otro argumento a favor de un nuevo estado de cosas que, como decía
también Keynes, se proponga “controlar
y dirigir las fuerzas económicas en interés de la justicia social y de la
estabilidad social”.[11]
La
titularidad pública de los bancos es una condición necesaria pero no suficiente
para garantizar su estabilidad futura: la historia reciente de las crisis
bancarias demuestra que muchos de los bancos que las han protagonizado, han
sido de carácter estatal.[12] -No
hace falta mirar muy lejos para convencernos de ello: en España hemos conocido
la quiebra de las cajas de ahorros, entidades semipúblicas pero que se han
revelado sumamente corruptas y especuladoras. Así pues, otro requisito
adicional, fundamental para el correcto funcionamiento de las entidades
nacionalizadas, es el de su gobierno democrático y transparente, en el que la
sociedad civil –sindicatos,
asociaciones de consumidores y empresarios- esté ampliamente representada,
trabajando con la asesoría de funcionarios especializados.
Todos estos
objetivos serían hoy fácilmente realizables si hubiese la suficiente voluntad
política, pues las bases materiales para lograrlo hace ya mucho tiempo que
están dadas. En fecha tan temprana como 1910, el marxista Rudolf Hilferding
tuvo la genialidad de identificar lo que él consideraba los dos rasgos
principales del capitalismo ‘moderno’: la concentración empresarial en pocas
unidades productivas, y la fusión del capital bancario y el industrial –lo que
denominó ‘capital financiero’, y que se expresa en el hecho de que los bancos
asumen el control de las empresas adquiriendo acciones de las mismas. En última
instancia, según su previsión, unos pocos bancos terminarían por ejercer “el
control sobre toda la producción social.”[13] Por
tanto, se trataría solamente de retirarle a unos pocos capitalistas esta
inmensa concentración de poder económico a favor de los poderes públicos.
Es este un
proyecto –el de la nacionalización- que ha sido preparado intelectualmente por
los mismos políticos conservadores, acuciados por las circunstancias; en
efecto, la canciller alemana Angela Merkel reconoció, en octubre de 2008, en
ocasión de unas ayudas millonarias a la banca alemana, que “sólo el Estado
puede restablecer ahora la confianza en los mercados financieros”,
añadiendo que ello “no se hacía en interés de los bancos, sino del pueblo.”[14]
Por último, una nacionalización del sistema bancario,
además de brindar la oportunidad de someter la actividad económica a una política
de planificación, esencial para evitar desgracias como la actual crisis
financiera, impediría que el secreto bancario amparara: 1) el blanqueo de
dinero (dirty money, o dinero sucio) por parte del crimen
organizado, y 2) la evasión de impuestos escondiendo el dinero en
paraísos fiscales, no sólo los tradicionales del Caribe, sino también los
radicados en Europa (Islas del Canal, la Isla de Man, Mónaco, Andorra,
Liechtenstein, Malta, Gibraltar, Chipre, Luxemburgo y Suiza, que convierten a
nuestro continente en un auténtico coladero fiscal). Estas preocupantes lacras
de las sociedades modernas comprometen enormes cantidades de dinero: el
blanqueo de dinero procedente del narcotráfico, tráfico de armas y de
inmigrantes produce, según estimaciones de finales de 1997, unos 400.000
millones de dólares por año[15]; y
en cuanto a los paraísos fiscales, la Red de Justicia Global ha calculado que
la cantidad de fondos mantenidos en los mismos, es de aproximadamente 11,5
billones de dólares –con una pérdida resultante de ingresos fiscales de cerca
de 250 mil millones de dólares, que es cinco veces lo que el Banco Mundial
estimó que se necesitaría para lograr el Objetivo de Desarrollo del Milenio de
las Naciones Unidas, que propone reducir a la mitad la pobreza mundial para
2015.[16]
Que el sistema bancario es ‘colaborador necesario’ de
estas prácticas criminales o inmorales, lo deduce el periodista Josep Manuel
Novoa del hecho de que ninguna policía del mundo detenga cargamentos
-transportados en barcos, camiones de gran tonelaje o aviones de carga- con
fardos de dinero.[17]
En definitiva, la nacionalización del sector del
crédito sería tanto una exigencia ética como económica.
CARLOS JAVIER BUGALLO SALOMÓN
Licenciado en Geografía e Historia Xirivella, Julio de 2012
Diplomado en Estudios Avanzados en Economía
[1] Carmen
M. Reinhart y Kenneth S. Rogoff: Esta vez es distinto. Ocho siglos de
necedad financiera, Madrid, ed. Fondo de Cultura Económica, 2011, pp. 176 y
193.
[2] Kenneth M. Ayotte y David A. Skeel Jr.: “Bankruptcy or bailouts?”, en Scholarship
at Penn Law, Paper 268 (Mayo, 2009), p. 2. Disponible en
http:Isr.nellco.org/upenn_wps/268
[3] Gerard Caprio Jr. y
Daniela Klingebiel: “Bank insolvency: bad luck, bad
policy, or bad banking?”, en Annual Worl Bank Conference on Development
Economics, The World Bank for Reconstruction and Development (1996), p. 5. Disponible
en http://siteresources.worldbank.org/DEC/Resources/1870 1_bad_luck.pdf
[4] Charles
p. Kindleberger: Manías, pánicos y cracs. Historia de las crisis
financieras, Barcelona, ed. Ariel, 1991, pp. 205 y s.
[5] Luc
Laeven y Fabian Valencia: “Systematic banking crisis: a new databse”, en IMF
Working Paper 08/224, Fondo Monetario Internacional (Noviembre, 2008), p.
24. Disponible en http://www.imf.org/ external/pubs/ft/wp/2008/wp08224.pdf
[6] Paul De Grauwe: “The banking crisis: causes, consequences and remedies”, en CEPS
Policy Brief, nº 178 (Noviembre, 2008), p. 9. Disponible en
http://210.34.5.17/UploadFile/2009-04-13-16-01-15.pdf
[7] Viral V. Acharya, Itamar
Drechsler y Philipp Schnabl: “A pyrrhic victory?
Bank bailouts and sovereign credit risk”, en NBER Working Paper nº
17136, National Bureau of Economic Research (2011), p. 1. Disponible
en http://archive.nyu.edu/bitstream/2451/31331/2/ADS_Paper_Aug2011.pdf
[8] Robert
Boyer, Mario Dehove y Dominique Plihon: “Les crises financières: analyse et
propositions”, en AA.VV.: Les crises financières, Paris, La
Documentation française, 2004, pp. 147-150.
[9] Frederic S. Mishkin: “How big a problem is too big to fail? A review of Gary Stern and
Ron Feldman’ Too big to fail: The hazars of bank bailouts”, en Journal
of Economic Literature, vol. XLIV (Diciembre, 2006), pp. 993
y s. Disponible en http://www.business.unr.edu/faculty/rtl/791/toobigtofa il.pdf
[10] Alessadro
Vercelli: Keynesianismo, Barcelona, ed. Oikos-Tau, 1989, pp. 53 y
58.
[11] Robert
Skidelsky: El regreso de Keynes, Barcelona, ed. Crítica, 2009, p.
191.
[12] Luc
Laeven y Fabian Valencia: ibídem, p. 19.
[13] Rudolf Hilferding: El
capital financiero, Madrid, ed. Tecnos, 1985, pp. 3 y 191.
[15] Susan
Strange: Dinero loco. El descontrol del sistema financiero global,
Barcelona, ed. Paidós, 1999,
p. 146.
[16] http://www.taxjustice.net/cms/front_content.php?idcatart=2&lang=1
[17] Joseph Manuel Novoa: Bancos, banqueros, bandidos, Madrid, ed. Akal, 2009, p. 133.
[17] Joseph Manuel Novoa: Bancos, banqueros, bandidos, Madrid, ed. Akal, 2009, p. 133.