por Berta Iglesias, Merche Valls, Javier Lechón
A pesar de la total falta de transparencia y del
silencio mediático sobre el Acuerdo Transatlántico de Comercio e
Inversiones entre la UE y los EEUU es fácil adivinar qué repercusiones
tendrá, si como pretenden sus promotores, el TTIP llega a aprobarse en
2015. Solo por la cantidad de lobbies empresariales que impulsan el acuerdo y porque se está negociando a tus espaldas, deberías estar muy alerta.
Para poder competir con China y
aislar a Rusia el TTIP pretende crear la mayor área de libre comercio
del mundo eliminando los obstáculos que frenan la actividad comercial
entre los EEUU y la UE. Hay que decir que el comercio entre estas dos
grandes regiones, que suman más de la tercera parte del comercio
mundial, ya es muy fluido y las tasas aduaneras aplicadas a sus
productos, bajas.
El TTIP viene avalado por estudios de viabilidad y expectativas de
crecimiento altamente cuestionados por distintas organizaciones por su
escaso rigor económico y por plantear escenarios muy poco realistas.
Según un estudio de la Universidad de Tufts, en caso de aprobarse el
TTIP conllevaría pérdidas netas del PIB
y, lo más importante, la desaparición de unos 600.000 puestos de
trabajo en la UE. El informe “A Brave New Transatlantic Partnership”
evidencia que los propios estudios de la Comisión Europea prevén la
pérdida de empleos en sectores económicos como la electrónica, la
metalúrgica, la comunicación o la ganadería, así como una ínfima tasa de
crecimiento del 0,01 % del PIB en los próximos 10 años.
Si analizamos con perspectiva el resultado de otros Tratados de Libre
Comercio vigentes en el mundo, no es difícil desmentir las promesas de
prosperidad que acompañan siempre a este tipo de acuerdos comerciales.
El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) entre Estados
Unidos, Canadá y México de 1994, deparó terribles consecuencias sociales
para México. Antes de su entrada en vigor, el NAFTA prometía la
creación de 20 millones de empleos. 20 años después, se estima que
destruyó un millón de puestos de trabajo. El tratado se negoció durante
una gran crisis de la deuda
mexicana, algo que ha sucedido en casi todos los procesos de
“liberalización” de las economías latinoamericanas. ¿Vemos los
paralelismos con el caso europeo?
Los documentos filtrados y la información que se ha hecho pública
gracias a la presión ejercida por las organizaciones sociales y algunos
partidos políticos evidencian que el TTIP contiene muchos elementos que
afectarán muy negativamente a la población de ambos lados del Atlántico.
El principal objetivo del TTIP es aumentar las inversiones y el
comercio homologando las normativas de ambas regiones en materias como
el medio ambiente, el empleo, la protección social o los servicios
públicos. En nombre del “libre mercado”, siguiendo los dictados de la
ortodoxia neoliberal dominante, el TTIP aumentará los recortes y
privatizaciones y rebajará aún más las medidas protectoras europeas
hasta los muy laxos niveles estadounidenses.
Bajo eufemismos como “armonización reguladora” se pretende equiparar
la legislación laboral europea a la de los EEUU, un país que no ha
firmado los principales acuerdos de la Organización Internacional del
Trabajo y donde buena parte de las clases populares malviven en un
régimen de explotación laboral aún mayor que el que padecemos en Europa.
Rebajar los estándares medioambientales exigibles a los productos
agrícolas a niveles estadounidenses permitiría la entrada de alimentos
transgénicos y de carne hormonada en la UE, el uso de miles de productos
químicos hasta ahora vetados o prácticas altamente peligrosas y
contaminantes como el fracking.
Como la mayoría de los Tratados de Libre Comercio actuales, el TTIP
seguramente vendrá acompañado de un mecanismo de solución de diferencias
entre inversores y estados (ISDS, por sus siglas en inglés). Los
diferentes gobiernos podrían ser demandados ante un comité de arbitraje
privado supranacional y condenados a indemnizar con cifras astronómicas a
las empresas que consideren que la legislación perjudica sus intereses
presentes o futuros.
Es necesario recalcar que solo las empresas podrán demandar a los
estados ante estos selectos tribunales de arbitraje y no a la inversa.
Este mecanismo de resolución de conflictos es ajeno a cualquier poder
judicial democrático y es un auténtico atentado contra la soberanía de
los pueblos. No deja de ser paradójico que buena parte de aquellos que
se erigen como representantes de la ciudadanía y defensores de la
soberanía nacional, como el Partido Popular y Convergència i Unió,
quieran vaciar de poder los parlamentos nacionales votando a favor del
TTIP y del ISDS.
El blindaje de las inversiones y la “constitucionalización” de los
derechos de las empresas por encima de los de la gente no es ninguna
fantasía catastrofista. Desgraciadamente, ya sucede con frecuencia en
todo el mundo. Sirva de ejemplo el grupo francés Veolia, que denunció a
Egipto en junio de 2012 ante el Centro Internacional de Arreglo de
Diferencias relativas a Inversiones por redactar una ley en materia de
empleo que elevaba el salario mínimo de 41 a 72€, o la empresa sueca
Vattenfall, que ha exigido 4.700 millones de euros de indemnización al
Gobierno alemán en un tribunal de arbitraje internacional por haber
cerrado dos centrales nucleares después del accidente de Fukushima.
¿Qué impactos sobre la deuda tendría el TTIP entre la UE y EEUU? Si
las consecuencias del acuerdo son la eliminación de aranceles, la
ampliación del negocio de las empresas transnacionales (que son las que
cometen mayor fraude fiscal), la bajada de salarios, el aumento del
desempleo, y encima tenemos que pagar indemnizaciones millonarias a
empresas, es evidente que los Estados tendrán menos ingresos y que
deberán endeudarse para poder pagar los servicios públicos que no hayan
privatizado el Tratado. El TTIP comportará más deuda, más dependencia
financiera y más poder para la banca.
El Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones es un proyecto
que va más allá del comercio. Es un proyecto geopolítico, ideológico y
social que supera el ámbito de la economía. El TTIP y su complemento, el
ISDS, son un ataque directo a la democracia actual y futura ya que
impedirían legalmente que cualquier gobierno elegido democráticamente
tenga las herramientas necesarias para enmendar los daños que los
fundamentalistas del libre mercado han causado a la población en países
como Grecia o España. Tanto la Deudocracia como el TTIP son huidas hacia
adelante de un sistema que ya no se sostiene. La economía de la deuda,
el “libre comercio” y el dogma de que en un planeta finito es posible un
crecimiento infinito, es lo que nos ha llevado a las múltiples crisis
de nuestro modelo actual de civilización y obviamente no serán la
solución. El TTIP es una muestra más de que el sistema capitalista es
cada vez más incompatible con la democracia y la sostenibilidad de la
vida.
Las autoridades políticas y económicas que malgobiernan el mundo
siguen ignorando el fin del modelo basado en las exportaciones y del
acceso masivo a energías fósiles baratas. No se debe, ni se puede,
seguir apostando por un modelo de producción y consumo que dispara las
emisiones contaminantes y esquilma el planeta. No podemos tolerar más
este sistema económico hípercompetitivo donde el que no corre, muere, y
donde la riqueza mundial se acumula en muy pocas manos mientras se
condena a la pobreza al resto de la Humanidad. Ante esta situación, en
la que no hay marcha atrás y dónde no cabe esperar que los
(i)responsables de las crisis nos saquen de ellas, solo hay una salida
para la gente: Cuestionar las prácticas políticas y económicas
dominantes, así como nuestros propios valores y comportamientos,
cooperar y organizarnos para plantar cara a la dictadura de la deuda y a
engendros como el TTIP.
Source : Publico.es